Primera primavera

me-l-m

Ese momento en el que el cuerpo abandona una estación y se lanza a la calle, a recorrer el tiempo.

Que hoy sale el sol y de qué sirve con la puerta cerrada. La ventana rota por la luz que pinta barrotes de oro en el aire da golpes contra la pared. Páginas blancas, negra tinta, grises palabras, libros grises que abren existencias envidiables e inalcanzables a quien tiene lejos el corazón. Los paseos pasaron de moda a medida que se fueron las visitas con ansia de cliché francés. Cada calle parece conocida cuando se recorre en silencio, si me alboroto los oídos con auriculares sonará como Sabina cantándole a Madrid.

Voy a salir, ¿pero adónde? A celebrar que el sol se alzó, que hay un río bravo y grande que lleva en sus aguas gaviotas errantes, y que puedo contemplarlo, y que el mundo es mío pues soy joven y no hay más horizonte que el de mi ambición. Lo digo pero no lo pienso, hay algo oculto en el salón, que impide a las piernas salir andando. Quién pudiese coger el metro hasta cualquier estación. Suenan campanas: dan a la luz odas eclesiásticas, canciones de muerte y boda, música de eternidad, cosas en las que no creo.  La Musa ausente canta en algún cabaret por la noche, y a estas horas deben de vagabundear sus miradas en algún café demasiado caro, donde los hombres miran pasar la vida, con sus faldas y melenas, y sus niños a cuestas. Así quedan, testigos del tiempo, husmeando los perfumes que sobrevuelan las aceras, hilillos intocables de campo y rosas, aromas del romance atrapado en una almohada. Mi Musa los mira y luego me cuenta, por ejemplo, que uno llevaba pajarita -cosa graciosa- y que otro rompió a llorar. La ventana ya no choca, pero vibra con un último impulso antes de adormilarse frente al sol.

¿Qué hará mi amor? Calla y vive, insensata, que se te va la inconsciencia en ausencias tejidas como a Penélope, todo el día, para luego reencontrarlos a todos en sueños por la noche. Pero el alba los volverá a soplar. Calla y escucha, que no hay gorriones casi en París pero uno pía en tu ventana, una risa echa a volar y tú que te lamentas. Piensas en calores de antaño, abrazos fraternales con el susurro ronroneante de un gato casi blanco entre las piernas. Y te desvives por aquél entonces, ya hacen tres días que lo dejas, y te sigue, te habita, el gatito de la ausencia.

Pero mírate, tan libre, mirando por la ventana abierta, con los años bien contados que huelen a primavera. Yo sé que un día cantaste, quítate tanta vergüenza. Empieza por una nota, una melodía lenta, que luego acelere y te recuerde que la felicidad es mala, que es mentira el bienestar. Aunque él no esté en tu pecho, ni tu madre en el sofá, tú estás tú, en ti toda y sola, sola y aún toda, toda llena de futuro, toda llena de verdad. Echa a andar ahora, que ahora debes de andar.

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